10 de junio de 2017

Ponerse un San Cristóbal (o por qué no pienso buscarlo en Internet)


Iba a comprarme una imagen de la Virgen con imán para el coche. En la tienda, entre los productos "al efecto" me topé con una imagen de San Cristóbal, patrono de los viajeros. "¡Anda! ¡Como en el coche de los abuelos Ramiro y Maruchi!" La imagen representa a San Cristóbal, barbudo y fornido, llevando a un niño pequeño -¿el niño Jesús?- a un hombro mientras cruza un río. Iconografía clásica del santo. Así que nada, en lugar de la imagen de la Virgen me decanté por San Cristóbal, por aquello de seguir la tradición familiar.

Pues bien, una vez que pequé la imagen en el coche, me di cuenta de que no sé quién es San Cristóbal, ni qué hizo para convertirse en patrono de los viajes. Y, sobre todo, qué pinta llevando al niño Jesús a hombros sobre las aguas.

En un primer momento se me ocurrió buscar la historia del santo en la Wikipedia, pero rechacé la idea de inmediato. Creo que esa forma de acercarse a la historia de San Cristóbal es demasiado aséptica y fría. Mi relación con él es mucho más personal, se remonta los primeros recuerdos que tengo de mis viajes con los abuelos. Es una presencia continua al comienzo y al final de las vacaciones, con el coche cargado de maletas, raquetas y bocadillos: "San Cristóbal. Ruega por nosotros. San Rafael. Ruega por nosotros. Ahora ponemos la música y os calláis un poco". No puedo permitir que este velo de misterio e intimidad sea descorrido por una información impersonal e historicista aportada de forma anónima por una página web norteamericana. Prefiero ir buscando a tientas. Prefiero la penumbra, preguntar con interés y descubrir progresivamente, sin prisa. Seguro que algún amigo mío o algún familiar conoce la historia de San Cristóbal, tiene una intuición, o puede facilitarme alguna pista. A lo mejor incluso se inventa algo que me resulte cálido y real, a pesar de su discutida veracidad histórica. Esa aproximación paulatina es mucho más oportuna y humana. Las tradiciones no se aprenden en Internet; se descubren, se reconocen, se encarnan y se transmiten de forma personal. Cuando en el futuro explique quién es San Cristóbal me gustará saber de quién lo aprendí. Google no tiene nada que hacer ahí.

Por ahora he preguntado ya a tres o cuatro personas. Nadie ha sabido responderme, si bien Salva se aventuró con una teoría. Entre las ideas de Salva, y mi imaginación, he elaborado ya tres hipótesis:
a. San Cristóbal era un beduino que ayudó a la Sagrada Familia en su huida a Egipto.
b. San Cristóbal salvó una imagen del niño Jesús que era famosa en su pueblo de unas inundaciones.
c. San Cristóbal ayudó a un niño pobre a cruzar un río, y cuando se hubo despedido de él, Dios le hizo ver que quien ayuda a un necesitado está ayudando al mismo Cristo.

He de reconocer que de las tres teorías, me quedo con la tercera, aunque me cuesta explicar que hace un niño de tres años intentando cruzar un río. Lo del beduino es poco probable, y lo de la imagen famosa del niño Jesús también suena un poco extraño. En fin, seguiré preguntando. Conozco un abogado simpático y tripón que se llama Cristóbal. Lógicamente, no voy a llamarle exclusivamente para esto, para no pasar por loco: a ver si le veo pronto, y me saca de mis dudas. En cualquier caso, estoy contento por haber resistido a la tentación de buscar la información en Internet.

De lo que sí que estoy seguro es de que Maruchi, Ramiro y San Cristóbal -colgado en el guardabarros de mi coche-, sonríen con estas paranoias, y me protege en los viajes. Que así sea.